Patriarcado, androcentrismo, sexismo, feminismo, machismo, hembrismo… ¿De qué estamos hablando?

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Durante la retransmisión de un programa de First Dates (2021) se produjo un encuentro entre Alicia y Santiago, dos personas que en su búsqueda del amor, mantuvieron un diálogo del todo hilarante. Alicia le comentaba a Santiago, al que acababa de conocer: que ella «no es machista ni feminista, ella cree en la igualdad«.

Parece inverosímil que todavía existan personas que desconozcan el significado del feminismo, que surge para luchar por el reconocimiento de la igualdad (efectiva) entre hombres y mujeres, para equiparar derechos y posiciones estructurales, y para que esa igualdad se pueda observar en las manifestaciones cotidianas del día a día: sin necesidad de emprender una lucha incesante.

Veamos algunos conceptos que suelen enredarse en las conversaciones.

El patriarcado es la organización política, ideológica y jurídica de la sociedad, cuyo paradigma es el hombre, que tiene el poder de decisión, de construir la sociedad, la cultura, la historia… De este modo, a través de la fuerza, de la tradición, del lenguaje, de las leyes, de las costumbres, de la educación, de la división del trabajo, etc. se ha determinado que el papel que las mujeres es el estar sometidas a los hombres. Este reparto de papeles, que asigna la superioridad a los hombres con respecto a las mujeres, se ha realizado a partir de la diferencia biológica de los sexos.

El patriarcado tiene como consecuencia el androcentrismo, que es la visión social que sitúa a los hombres como medida de todas las cosas, de forma que los valores masculinos se consideran los únicos válidos. La experiencia de los hombres es interpretada como universal, despreciando y ocultando los aprendizajes y experiencias de las mujeres. La historia y la realidad cotidiana se cuentan desde la perspectiva masculina.

El sexismo es la discriminación de personas por su sexo. Cuando es el sexo masculino el que se siente superior se denomina machismo; cuando es el femenino el que se siente superior, se denomina hembrismo. Debido al patriarcado y a su visión androcéntrica del mundo, lo que predomina en nuestra sociedad es el machismo. No hay que confundir hembrismo con feminismo, pues el feminismo es el movimiento que persigue la igualdad efectiva -real- entre los sexos, cuestionando la visión androcéntrica de la sociedad.

La discriminación que sufren las mujeres será cuestionada durante los siglos XIX y XX, cuando nacen el sufragismo y el feminismo, movimientos a través de los cuales las mujeres reivindicaron su participación en los diferentes ámbitos de la sociedad, siendo una de las manifestaciones más emblemáticas la exigencia de su derecho al voto.

El sexo hace referencia a las diferencias biológicas existentes entre hombres y mujeres.

El género es una construcción sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc. según el sexo del individuo. Basándose en el género, cada sociedad asigna como propios y naturales de hombres o de mujeres, determinados comportamientos y características, que conforman los estereotipos y roles de género.

Las desigualdades existentes entre las mujeres y los hombres se han construido socialmente basadas en ese concepto de género. Estas desigualdades, sin embargo, varían según las culturas y los tiempos y, por lo tanto, pueden modificarse.

Hay personas que consideran que la igualdad entre hombres y mujeres ya se ha conseguido, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Las mujeres están incorporadas al mercado laboral (hito importante) y se ha luchado por la equiparación de salarios durante décadas. Sin embargo, los puestos directivos o con cierto nivel de responsabilidad suelen ser ocupados por hombres, y las tareas domésticas y los cuidados siguen feminizados, pues las niñas que fueron educadas en el machismo, hoy son mujeres (muchas madres), y es complicado desligarse del mandato de género, sobre todo cuando se forma una familia y el interés superior pasan a ser las hijas e hijos y su bienestar. Muchas veces, los hombres no discuten por no asumir tareas domésticas, pero no las llevan a cabo, o hay que estar recordándolo constantemente: no se activan por sí mismo. De este modo, dado que el interés superior por los hijos se hace presente, la manera de evitar broncas repetitivas por motivos domésticos es asumir más cargas (en silencio) de manera que el día a día se come habitualmente el espacio de las mujeres, en pos de la paz y la armonía familiar.

Al final, la experiencia de muchos hogares es que las mujeres asumen más tareas para evitar discusiones, o para no tener que ir detrás de sus parejas monitorizando el grado de cumplimiento de su parte (ante el recurrente incumplimiento), de manera que para nada ha cambiado el reparto de tareas. A fin de cuentas, ¿Quién desea vivir en conflicto permanente? El tema es peliagudo, pero muchas personas que luchan por la igualdad, se pasan el día entero con la fregona en la mano.

Recuerdo en 2020, conversando sobre el día de la mujer -8 de marzo- con mi coordinador de aquella fecha (hombre blanco de vida acomodada, privilegiado desde todas las latitudes y puntos de vista posibles), y escuchando sus comentarios gratuitos relacionados con el feminismo: «pero, ¿Qué más queréis las mujeres? La igualdad es un hecho, ya habéis conseguido los mismos derechos que tienen los hombres«. ¿Y qué me puedes decir, por ejemplo, del tema de los cuidados? – pregunté yo. Y él me contestó, ni corto ni perezoso, que ya se asumían al 50%.

No se lo cree ni en sueños el angelico. Ojalá fuera realmente así.

Queremos la igualdad efectiva, real. Se ha conseguido una igualdad de derechos (formal) pero la sociedad debe cambiar, y los hombres tienen que renunciar a sus privilegios por el hecho de ser hombres… pero esto va a tardar unas décadas en asumirse: sólo desde la educación se puede conseguir el cambio.

Inmaculada Asensio Fernández.

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